lunes, 25 de enero de 2010

APORTACIÓN DE AMALÍN SALINAS

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Pan integral en vez de chocolatinas
¿Hay una vida después de la muerte?

Inicia este capítulo con toda una descripción de lo que para la tradición es el cielo y el infierno, el premio y el castigo, la vida eterna de felicidad o de tormento. Cuanta telaraña de premio y castigo hemos creado los seres humanos para poder controlar, ¿controlar qué? en un momento quizá la barbarie. La motivación para crear todo esta telaraña tuvo que haber sido el deseo de control y poder o el miedo a las fuerzas humanas incontrolables o el miedo a la libertad o lo que haya sido. Lo que no puedo ver como motivación es el amor. Pero también como dice Leaners el éxito de estas figuras se debe en primer lugar a “una necesidad humana profunda: nuestra hambre de justicia. Sin recompensa y castigo en otro mundo, tanto mal resultaría impune, y tanto bien quedaría sin premio, lo cual es un pensamiento insoportable y, además, irreconciliable con la justicia de un Dios bueno. En este tema, cada uno tiende a reservar la justicia castigadora para los demás y la que otorga el premio para nosotros”. Y de verdad que sí, uno siente la injusticia y quisiera que quien la comete sea castigado, y muy probablemente yo no me doy cuenta de la injusticia que yo cometo. La reflexión aquí es muy importante para mí dado que refleja la profunda necesidad que tenemos de justicia.

Echar un vistazo al proceso evolutivo del ser humano en cuanto al desarrollo de la conciencia me parece fundamental, cómo ya desde Descartes (1596) (y antes) comienza un rompimiento de un pensamiento mítico, a él debemos la idea de “pienso luego existo” también es el creador de la noción de sujeto y la duda metódica para separar la fe de la razón. En el siglo XVIII nos encontramos ya en la Ilustración, es el llamado siglo de la luces, de la razón. Y dando saltos enormes pero solo con la intención de vislumbrar este proceso de cambio en la manera de ver el mundo, llegamos con Nietzsche (1844) y su idea de “Dios ha muerto”. ¿Cómo seguir entonces creyendo cosas que a todas luces se oponen a la razón?, ¿porqué la Iglesia jerarquía no fluye con las ciencias?. Dice Leaners que la cultura occidental moderna es la única que ha roto el cascarón de una visión precientífica y por tanto mitológica del mundo. Se ha vuelto consciente de la autonomía del cosmos y del ser humano, y ha sacado las consecuencias de ello. Se ha despedido de un mundo exterior al cosmos y de un Dios que viviera en él. Así esta cultura es la única que abandonó toda fe en una sobrevivencia en un mundo distinto. Para ella, no existe ese otro mundo. Hemos caminado como humanidad, también estamos dejando el modelo cartesiano, un modelo de dualidad del conocimiento, hemos tomado conciencia de nuestra existencia y por lo tanto de nuestra responsabilidad y es por ello que en muchos de nosotros empieza a chocar un pensamiento heterónomo.

Leaners busca pasar a una nueva forma de pensar que a mi me hace mucho sentido, construir aquí una existencia plena de sentido y significado, aún sin vida eterna.

Parte central de este capítulo me parece el interpretar los mitos antiguos de nuevo y captar lo que en el fondo puede ser igual a la experiencia de Dios que tuvieron el pueblo de Israel y Jesús mismo, esto es, la certidumbre o confianza de que Dios es fiel con el ser humano y esta confianza supone que se tiene alguna idea de un misterio detrás de todas las cosas y en todas ellas. Creo tener esa confianza solo que ahora el concepto “Dios” me estorba por toda la carga de significados que se le han atribuido, prefiero en este momento hablar de la certeza del Misterio. Por otra parte, Leaners cita a Lévinas y la formulación moderna de esta certidumbre llena de confianza que enseña que el amor de Dios “no pasa inadvertido junto a nosotros, sino que toma en nosotros forma y figura específica. Nuestro amor es al mismo tiempo impronta de su ser en la profundidad del nuestro. Y esta impronta participa en su eternidad Nada de lo que nos acontece y es por lo mismo temporal y condicional, es capaz de separarnos de Él, esto es, de amortiguar o ahogar el crecimiento del amor en nosotros. Ni siquiera la muerte.” Creo profundamente lo que dice Lévinas, el amor como lo fundamental, la experiencia que nos une a todos y a todo desde lo mas profundo. Ni siquiera la muerte cambia nada en la realidad de nuestra pequeña o grande unidad con el misterio divino. Creo que esta manera de ver y experimentar las cosas, cuando menos a mi me pone mas atenta a la vida misma que a la propia muerte. Por otro lado se acaba ese dualismo de cuerpo-espíritu y Leaners lo pone ahora como que somos “una chispa de cómo Dios se expresa a sí mismo”, bueno que expresión maravillosa quisiera captarla en toda su profundidad ……

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