viernes, 19 de noviembre de 2010

PARTICIPACIÒN DE ANA LAURA JIMÈNEZ C. SOBRE EL CAPÌTULO XVI

Hoy se está perdiendo la “conciencia de pecado” nos dicen con preocupación algunos agentes de la evangelización. Algunos párrocos recomiendan a sus catequistas que introduzcan puntos de vista y lenguajes más modernos en su tarea evangelizadora, siempre y cuando los niños no pierdan “la conciencia de pecado”. Yo creo que tienen razón en preocuparse ya que es cierto que se está perdiendo esta conciencia , pero esto no se debe ni a la secularización ni al olvido de Dios, y sí creo que la razón de tal preocupación tiene mucho que ver con la preocupación de perder el control que ha tenido hasta ahora la jerarquía eclesiástica.

Creo que concepto de pecado debe de replantearse no sólo desde lasa ciencias humanas especialmente la psicología que nos dice que las conductas destructivas del ser humano son básicamente resultado de la falta de satisfacción de necesidades básicas, sobre todo de la necesidad de amar y ser amado, sino sobre todo desde una teología “teónoma” como diría el Padre Lenaers, , y en este replanteamiento podría resultar para algunos como yo que ya no tiene sentido el seguir hablando de “pecado” y menos como un concepto central en la doctrina cristiana de la fe.

Existe la tendencia a abordar la realidad del pecado reduciéndolo a sus consecuencias éticas y no mirando su raíz, por lo que es necesario plantear esta realidad desde su realidad ontológica, es decir, desde su fundamento. ¿Quién sabe lo que es el pecado?” decía en la Vulgata, el verso de un salmo que ha hecho meditar a generaciones de cristianos. ¿Quién se da cuenta de sus yerros? (Sal. 19, 13) Al menos una cosa se puede responder con seguridad que ni el hombre, ni tampoco ninguna teología, ética o filosofía pueden explicar lo que es el pecado.

El Padre Lenaers nos dice que desde un lenguaje teónomo, figurado pero más intramundano y más acorde con los tiempos, detrás de lo que hemos llamado “pecado” se esconde esencialmente la angustiosa experiencia de una ruptura en la relación entre el ser humano y su fundamento original y santo. La Biblia introduce al ser humano en la historia de la creación como hecho a imagen y semejanza de Dios, esto significa que la naturaleza fundamental de nuestra naturaleza es que lleva inscrita en ella a Dios como destino suyo. Creo que la diferencia entre el ser humano y cualquier otra criatura es que su humanidad o naturaleza humana consiste en su relación con Dios, es decir, el género humano no se apoya o se basa en sí mismo, sino en la relación del ser humano con Dios. SI CESA LA RELACIÓN EL SER HUMANO NO ES YA LO QUE CORRESPONDE SER. Aunque muchas voces a lo largo de nuestra historia han negado esta realidad, la perspectiva de una fe cristiana adulta es que el ser humano, desde el primer momento de su existencia, se manifiesta como un SER EN RELACIÓN, es decir, que empieza a existir gracias a otro e inmerso en la realidad de otro que le acoge. De aquí que el aislamiento y la ruptura de relaciones no sean lo propio para el desarrollo de la persona humana, CUYA POSIBILIDAD DE PLENO DESARROLLO SÓLO PUEDE DARSE GRACIAS A LA RELACIÓN, que no es sino la referencia a Otro, a Dios que es “Todo en Todo” (l Cor 15,28) Dicho de esta manera, la naturaleza humana del hombre, en este mundo, consiste en una RELACIÓN DE AMOR CONFIADO HACIA DIOS y en AMOR DIVINO HACIA EL HOMBRE.

Cuando el hombre se aparta de Dios la imagen se deforma y se rompe. Si Dios se apartara del hombre, su imagen se perdería completamente y el hombre dejaría de ser humano para siempre. Desde esta perspectiva, en cualquier relación, a cualquier nivel de relación de que se trate, sea cual sea la relación en que se viva, PODRÍAMOS ABORDAR EL PECADO COMO EL NO RECONOCER QUE DIOS ES TODO Y QUE EL SER CREADO ES EL SER PARTICIPADO Y QUE LO TANTO DIOS ES TODO EN CADA RELACIÓN, en cada uno de nuestros actos, como finalidad y como método. De esta manera podemos entender el pecado como el no reconocer a Dios como origen, es decir, como motivo y como finalidad. El pecado es idolatría de nosotros mismo y en la Biblia se le resume en último término como idolatría, y es “el padre de la mentira” quien actùa para extender la posibilidad racional de la idolatría.

Pero la buena noticia que nos trae Jesús nos devela el AMOR misericordioso del Dios creador que es Padre, que es nuestro origen y nuestro Destino, nuestro acompañante perenne. “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Esta es una afirmación suprema del Amor creador y ¿qué es lo que le pueden añadir las palabras misericordia, perdón, expiación, reparación, etc., a la palabra amor? Nada. Sin embargo, la palabra “misericordia” sí le puede añadir algo al amor: el factor del misterio por el que todas nuestras medidas e imágenes se rompen. La misericordia es la actitud que tiene el Misterio ante cualquier debilidad, olvido o error humanos: DIOS, FRENTE A CUALQUIER DELITO QUE COMETA EL HOMBRE, LE AMA. Es por eso que no se puede mendigar a Dios Padre más que abandonándose a su misericordia.

jueves, 18 de noviembre de 2010

APORTACIÓN DE LOURDES ADÁN AL CAPÍTULO 15 SOBRE EUCARISTÍA

Mis comentarios al capítulo XV

La eucaristía es el único sacramento que acompaña al creyente a lo largo de su vida, dice Lenaers, y si hemos entendido bien lo que son los sacramentos, habremos de comprender que nos hay magia en ellos y que Dios está en todo siempre, pues todo nos lo transparenta, nos habla de Él, y nos lo comunica, no nada más los siete sacramentos de la Iglesia.

Sin embargo, sí hay que enfatizar la importancia y el simbolismo de este sacramento “fuente y cima de la vida cristiana” como lo describe el Concilio Vaticano II. Para entender a fondo su riqueza, debemos voltear a Jesús, nuestro Maestro, releer los Evangelios y encontrar en toda la vida de Jesús, sus palabras y sus obras, la esencia del significado de esta comida o cena que Jesús compartió con sus discípulos antes de morir y que nos habla, nada menos, que del programa de una vida cristiana vivida a tope.

Entender la Eucaristía como la mesa donde nos partimos, repartimos y compartimos lo que somos y tenemos – posesiones, talentos, alegrías, tristezas, esperanza, - es realmente hacer de ella un sacramento de Vida, un signo de fraternidad y solidaridad, sin distinciones; un signo vivo en la construcción del Reino de Dios. Este es el programa de vida al que somos invitados al recordar la Última Cena de Jesús.

La Eucaristía debe ser un memorial, donde recordemos a Jesús y lo hagamos presente y eficaz en los que en esta memoria comparten sus vidas y desean seguir los pasos del Maestro en su compasión, libertad, valentía y autenticidad.

Quiso Jesús que esa Cena fuera un parteaguas en la vida del hombre; con sus palabras: “Este es el caliz de la Nueva Alianza, sellado con mi sangre”, él sabía muy bien que lo viejo había pasado, que Él traía algo nuevo, no la religiosidad que observaba: opresiva, selectiva, limitante, de temor hacia un Dios antropomorfo, justiciero, parcial y manipulable; la Alianza que Dios había sellado con los hombres no era sino la Vida de Dios dentro de cada ser humano de manera gratuita y eficaz. Antes de morir, deseo mostrarnos Jesús la Verdad acerca del Padre, de la Vida y del Hombre.

Esa Cena es un nuevo signo, una concepción nueva de la humanidad, en hermandad y compasión; un nuevo estilo de vivir y compartir; un nuevo rostro de Dios: un Dios que sólo sabe amar, que es gratuidad absoluta, que mora dentro nuestro, y que es nuestra verdadera fuerza y nuestra esperanza sin límite.

Jesús se vé a sí mismo en el pan y en el vino, símbolos de lo más necesario para el ser humano: la vida y el amor. Un pan y algo de vino, donde se condensan el universo entero, el amor creador del Padre y la creatividad y el trabajo del ser humano; que no sólo satisface sus necesidades como una bestia, sino que hace una obra de arte de esa materia prima que la Vida le ofrece, y esta belleza le invita a abrir su corazón a lo más noble: compartir las alegrías y las tristezas con sus semejantes.
Jesús sólo estará presente en los signos del pan y el vino en tanto haya gente que lo reconoce en ellos y que entreguen su vida en servicio del hombre y de la utopía del Reino, como Él lo hizo.

María de Lourdes Acevedo.

Noviembre 2010

miércoles, 10 de noviembre de 2010

COMENTARIO DE ANA LAURA JIMÈNEZ AL CAPÌTULO XVI

MI PARTICIPACIÓN AL CAP. 16 CURSO P. LEANERS


Hoy se está perdiendo la “conciencia de pecado” nos dicen con preocupación algunos agentes de la evangelización. Algunos párrocos recomiendan a sus catequistas que introduzcan puntos de vista y lenguajes más modernos en su tarea evangelizadora, siempre y cuando los niños no pierdan “la conciencia de pecado”. Yo creo que tienen razón en preocuparse ya que es cierto que se está perdiendo esta conciencia , pero esto no se debe ni a la secularización ni al olvido de Dios, y sí creo que la razón de tal preocupación tiene mucho que ver con la preocupación de perder el control que ha tenido hasta ahora la jerarquía eclesiástica.

Creo que concepto de pecado debe de replantearse no sólo desde lasa ciencias humanas especialmente la psicología que nos dice que las conductas destructivas del ser humano son básicamente resultado de la falta de satisfacción de necesidades básicas, sobre todo de la necesidad de amar y ser amado, sino sobre todo desde una teología “teónoma” como diría el Padre Lenaers, , y en este replanteamiento podría resultar para algunos como yo que ya no tiene sentido el seguir hablando de “pecado” y menos como un concepto central en la doctrina cristiana de la fe.

Existe la tendencia a abordar la realidad del pecado reduciéndolo a sus consecuencias éticas y no mirando su raíz, por lo que es necesario plantear esta realidad desde su realidad ontológica, es decir, desde su fundamento. ¿Quién sabe lo que es el pecado?” decía en la Vulgata, el verso de un salmo que ha hecho meditar a generaciones de cristianos. ¿Quién se da cuenta de sus yerros? (Sal. 19, 13) Al menos una cosa se puede responder con seguridad que ni el hombre, ni tampoco ninguna teología, ética o filosofía pueden explicar lo que es el pecado.

El Padre Lenaers nos dice que desde un lenguaje teónomo, figurado pero más intramundano y más acorde con los tiempos, detrás de lo que hemos llamado “pecado” se esconde esencialmente la angustiosa experiencia de una ruptura en la relación entre el ser humano y su fundamento original y santo. La Biblia introduce al ser humano en la historia de la creación como hecho a imagen y semejanza de Dios, esto significa que la naturaleza fundamental de nuestra naturaleza es que lleva inscrita en ella a Dios como destino suyo. Creo que la diferencia entre el ser humano y cualquier otra criatura es que su humanidad o naturaleza humana consiste en su relación con Dios, es decir, el género humano no se apoya o se basa en sí mismo, sino en la relación del ser humano con Dios. SI CESA LA RELACIÓN EL SER HUMANO NO ES YA LO QUE CORRESPONDE SER. Aunque muchas voces a lo largo de nuestra historia han negado esta realidad, la perspectiva de una fe cristiana adulta es que el ser humano, desde el primer momento de su existencia, se manifiesta como un SER EN RELACIÓN, es decir, que empieza a existir gracias a otro e inmerso en la realidad de otro que le acoge. De aquí que el aislamiento y la ruptura de relaciones no sean lo propio para el desarrollo de la persona humana, CUYA POSIBILIDAD DE PLENO DESARROLLO SÓLO PUEDE DARSE GRACIAS A LA RELACIÓN, que no es sino la referencia a Otro, a Dios que es “Todo en Todo” (l Cor 15,28) Dicho de esta manera, la naturaleza humana del hombre, en este mundo, consiste en una RELACIÓN DE AMOR CONFIADO HACIA DIOS y en AMOR DIVINO HACIA EL HOMBRE.

Cuando el hombre se aparta de Dios la imagen se deforma y se rompe. Si Dios se apartara del hombre, su imagen se perdería completamente y el hombre dejaría de ser humano para siempre. Desde esta perspectiva, en cualquier relación, a cualquier nivel de relación de que se trate, sea cual sea la relación en que se viva, PODRÍAMOS ABORDAR EL PECADO COMO EL NO RECONOCER QUE DIOS ES TODO Y QUE EL SER CREADO ES EL SER PARTICIPADO Y QUE LO TANTO DIOS ES TODO EN CADA RELACIÓN, en cada uno de nuestros actos, como finalidad y como método. De esta manera podemos entender el pecado como el no reconocer a Dios como origen, es decir, como motivo y como finalidad. El pecado es idolatría de nosotros mismo y en la Biblia se le resume en último término como idolatría, y es “el padre de la mentira” quien actùa para extender la posibilidad racional de la idolatría.

Pero la buena noticia que nos trae Jesús nos devela el AMOR misericordioso del Dios creador que es Padre, que es nuestro origen y nuestro Destino, nuestro acompañante perenne. “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Esta es una afirmación suprema del Amor creador y ¿qué es lo que le pueden añadir las palabras misericordia, perdón, expiación, reparación, etc., a la palabra amor? Nada. Sin embargo, la palabra “misericordia” sí le puede añadir algo al amor: el factor del misterio por el que todas nuestras medidas e imágenes se rompen. La misericordia es la actitud que tiene el Misterio ante cualquier debilidad, olvido o error humanos: DIOS, FRENTE A CUALQUIER DELITO QUE COMETA EL HOMBRE, LE AMA. Es por eso que no se puede mendigar a Dios Padre más que abandonándose a su misericordia.

lunes, 8 de noviembre de 2010

COMENTARIO DE ANA LAURA A PROPÒSITO DE LA PARTICIPACIÓN DE AMALÌN AL CAPÌTULO XVI

!PRECIOSA REFLEXIÓN DE AMALÍN A ESTE CAPÍTULO TAN CONTROVERSIAL...! NO OBSTANTE EL TAN EXPLICABLE DISGUSTO POR LA FORMA EN QUE LA IGLESIA HA DISTORCIONADO EL MENSAJE ORIGINAL DE JESÚS, EL COMENTARIO DE AMALÍN ES UNA INVITACIÓN A PROFUNDIZAR EN ESTE MENSAJE QUE LEJOS DE LLENARNOS DE MIEDOS, CULPAS, CASTIGOS, ETC., NOS INVITA A LIBERAR TODO EL POTENCIAL QUE TENEMOS SABIÉNDONOS AMADOS INCONDICIONALMENTE...! UNA INVITACIÓJN A CRECER, A SER, A AMAR Y A SER FELICES...! QUÉ DISTINTO ES ÉSTO DE TODO LO QUE ACOMPAÑÓ A LA CONFESIÓN...SIGAMOS PROFUNDIZANDO EN EL MENSAJE DE JESÚS Y LIBERÉMOSLO DE TANTOS MITOS PARA QUE DESCUBRAMOS SU RIQUEZA...

COMENTARIO DE AMALIA ALONSO AL CAPÌTULO XVI

Comentarios al capítulo 16:


El camino de la curación interior
Del pecado y la confesión

Está claro porque la confesión ha sido poco a poco dejada de uso, el hecho de estar ligada a una cuestión de pecado, culpa y otros parecidos ha ido haciendo que naturalmente las personas nos hayamos alejado de ese sacramento.

Como siempre Leaners puede ayudarnos a entender que a partir de una necesidad humana profunda, como es el caso de la relación más importante del ser humano, a saber, “la que tiene que ver con su origen y fundamento de su existencia, Dios”, se construye todo un edificio de miedo, culpa, castigo, amenaza, sacrificio, etc. Sirve todo el antecedente que desarrolla Leaners para entender(me) y darme cuenta de porque yo y otros, nos hemos alejado de formas que no tan solo no responden a necesidades profundas pero además causan náusea por querer seguir perpetuando cosas tan alejadas de un mensaje liberador y amoroso que enseñó Jesús.

De pronto me parece que vivimos una realidad perversa dentro de la iglesia Católica, el ser humano queriendo liberarse de una “amenaza” de Dios, tratando de hacer las paces con Él, queriendo aplacar su ira y para ello tener que humillarse, confesarse culpable, mostrar arrepentimiento, implorar perdón, ofrecer regalos. ¿Qué es esto?, no encuentro palabras, entiendo que en una época eso era como lo “podían” interpretar pero que se pretenda seguir con eso ¡¡¡BASTA!!!

Si la necesidad humana es la unidad con nuestra esencia, el camino de la iglesia católica con enseñanzas de este tipo no tan solo no ayuda sino que desquicia más.

Por supuesto la visión teonómica que presenta Leaners me parece muy bella, es una visión en la que lo único importante es la renovación interior, así dice: “La dislocación existencial se sana, la miseria fundamental se mitiga. Se sale del vacío y de la tiniebla, del estado de caos en el que uno se movía, y se vuelve a la armonía interior. Esta conversión se realiza en el núcleo de nuestro ser cuando uno se llega a unificar con el resplandor del milagro original que es el fundamento de nuestro ser”. Lo que buscamos es la armonía interior, dejar de estar en la experiencia existencial de miseria, desamparo, insatisfacción. “Nos hiciste para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” San Agustín

Me parece fundamental que la teonomía aborde el tema con una visión que me parece mas cristiana, así habla de una reconstrucción deseada de una relación amorosa quebrada, del reencuentro con el amado perdido.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

APORTACIÒN DE ANA LAURA JIMÈNEZ AL CAPÌTULO XV

Quiero agradecer a Violeta la profunda y bella reflexión sobre el capítulo 15. Al hablar del significado de la Eucaristía nos dice que este va más allá de todo lo que tradicionalmente nos enseñaban, que Jesús está en todo y en todos y que vivir la vida como Eucaristía significa vivir conscientemente la Unidad que somos, con todo, en Dios. La eucaristía nos dice Violeta, es tomar conciencia de la realidad divina en Jesús y en nosotros y esto nos lleva a vivir como vivió Jesús, aquí se concentra todo el mensaje de Jesús que es el Amor, celebrar la Eucaristía nos invita a ser fermentos de unidad y armonía entre los hermanos. Continúa Violeta su reflexión diciendo: “Jesús nos invita a su mesa y si aceptamos, pasamos a formar parte de su comunidad, el ser cristiano es ser para los demás, si la celebración no cambia mi vida en nada es que la he convertido en un simple rito. El gesto de comer el pan y beber el vino consagrados es el signo de nuestra aceptación de lo que significa el sacramento.

Termina Violeta diciéndonos que comulgar significa el compromiso de hacer nuestro todo lo que ES Jesús. Significa que, como él, soy capaz de entregar mi vida por los demás, no muriendo, sino estando siempre disponible para todo aquel que me pueda necesitar.

Desde esta perspectiva transpersonal, que implica un nivel de conciencia Unitaria, como nos dice Violeta, hoy podemos entender mucho mejor el mensaje que Jesùs nos revela en el Evangelio de Juan, Capìtulo 6, versìculos del 25 al 59:

Jesús es el verdadero pan del cielo que sacia para siempre. El pan del cielo expresa metafóricamente el amor del Padre encarnado en Jesús, quien por amor comunica su propia vida. Por consiguiente, las señales de Jesús explicitan lo que él mismo es. El presente pasaje guarda no pocos paralelismos con el de la samaritana que halló Jesús junto al pozo de Jacob. Si allí afirmó Jesús ser el agua de vida, ahora dice ser el pan de vida que sacia el hambre para siempre.

Jesús agua y Jesús pan constituyen dos bellas metáforas para apuntar a la acción del espíritu, dos metáforas que poseen toda la fuerza de la sencillez: Jesús agua y Jesús pan de vida es como decir que él es dador y multiplicador de vida. El pan que ofrece Jesús, pan bajado del cielo, no es como el pan que comieron los ancestros de los judíos y después murieron. El que comieron los padres de los judíos era el maná, la religión. Quien coma el pan que da Jesús, la plena revelación del Padre, en el completo vaciamiento de sí mismo, que está más allá de toda religión, no morirá porque comprenderá que no hay más nacer ni morir.

Esa potente metáfora expresa lo esencial del papel del Maestro: despertar al Maestro interior (Espíritu Santo), que equivale a interiorizar al Maestro y a vivir su misma vida en una unidad indisoluble.

Afirma Jesús: “Yo soy el pan de vida”. Lo que caracteriza al mensaje cristiano es que la revelación adopta en él una forma humana, en la figura del maestro judío de Nazaret, mientras que en otras tradiciones, el islam pongamos por caso, aparece como un libro, el Corán. Ello quiere decir que Jesús, que es pan de vida que, como tal alimento espiritual, requiere ser ingerido, esto es, asimilado hasta sus últimas consecuencias.

Conocer es ser y ser es encarnar. Estar con Jesús es hacer de su figura emblemática el alimento que nutre nuestra sangre y otorga vida al corazón. Porque no es una doctrina que uno deba aceptar lo que Jesús trae, ni una nueva dogmática en el que creer, ni una ley que cumplir. “Comer su carne, metáfora de una gran fuerza expresiva, sugeridora como pocas, implica hacerse como él, permitirle que nos habite, lo cual significa una aproximación al maestro con la totalidad de nuestro ser y no meramente volitiva ni sólo intelectual. En los pasajes que ahora nos ocupan, contrapone Jesús, constantemente, el
maná que los judíos comieron tiempo atrás en el desierto y el pan de vida bajado del cielo que él es. Ambos términos conciernen al campo semántico del alimento.

Andando el tiempo, el PAN , junto al vino, desempeñará un papel central en la liturgia cristiana de la eucaristía, que aquí aparece ya apuntada en sus rasgos más sobresalientes, aunque sólo simbólicamente, y que más tarde se interpretará teológicamente mediante la transubstancialización, según la cual el pan y el vino se transformarán en el cuerpo y sangre, respectivamente, de Jesús.Del maná, dice el maestro de Nazaret, que los antepasados lo comieron y murieron, mientras que el pan de vida que él ofrece otorgará la vida eterna. Tal vez quiera referirse el maestro de Nazaret con el uso de dichos términos contrapuestos a la distancia existente entre la religión del maná, entendida como ley y creencia, y todo el cùmulo de restricciones moralizantes que conlleva, y la espiritualidad del pan de vida que no es sino su enseñanza de amor extintivo e incondicionado, libre de todo sometimiento formal.

El maná representa la letra, que mata, mientras que el pan de vida es el espíritu que vivifica. No nos cansaremos de reiterar, una vez más, que religiosidad no es necesariamente sinónimo de espiritualidad, ni mucho menos.

“Comer el cuerpo de Jesùs” es una forma de hablar de la ACTITUD DE ASIMILAR a Jesús hasta hacerlo nuestro propio ser. Comiéndole y bebiéndole a El, pan del cielo, comemos y bebemos su revelación, hasta que se haga nuestra propia carne y sangre. La imagen de la comida y la bebida, la utiliza Jesús para expresar que lo que Él es como Maestro, como Manifestación total del Padre, como uno con el Padre, como presencia plena del Padre en su ser, nosotros debemos serlo también, asimilándolo a Él hasta el punto de que sea nuestra propia vida.

Comer pan y beber vino en su memoria es un símbolo explícito de esa actitud y también de su invitación y su promesa.

La Iglesia interpretó, e interpreta, estas palabras desde la epistemología mítica; es decir, que si Jesús dice que el pan es su carne y el vino su sangre es que es de esta forma. Más tarde, por el influjo de la filosofía helenista, aparecieron las interpretaciones conceptuales, teológicas. La teología interpretará, permaneciendo en la epistemología mítica, que por las palabras de Jesús y de sus apóstoles y sucesores se produce una transubstancialización, es decir, un cambio de substancia: la substancia del pan y el vino se transforman en la carne y sangre de Jesús, permaneciendo los accidentes propios del pan y del vino. Esta transubstancialización, evidentemente, no se ve, sino que se tiene que creer. El evangelista, por su parte, realiza una interpretación de acuerdo con la epistemología mítica, aunque no la conceptualice.

Desde nuestra situación cultural, podemos ver que Jesús no está llamando a ninguna creencia ni a ningún dogma de transubstancialización, sino a una actitud con respecto a Él. La primitiva Iglesia del grupo de Juan, desde la que éste escribe, está haciendo referencia al ritual cristiano de la cena del Señor, a la muerte del Jesús y a su vaciamiento completo. Al hacerlo está suponiendo, como hemos dicho, la epistemología mítica y por tanto la creencia, pero también está haciendo clara referencia a la actitud que pide Jesús. Con el paso del tiempo, prevalecerá el rito y las creencias que éste supone, sobre el sentido hondo de las palabras de Jesús, aunque no llegue a ahogarlo nunca.

Los que interioricen la actitud de Jesús, (lo coman y lo beban), hasta hacerla carne propia, se sitúan más allá del poder de la muerte. También hay que comer y beber su sacrificio supremo, el vaciamiento radical. Quien asume, como Él, la muerte, ese vaciamiento radical de sí mismo, está más allá de la
muerte.

Dice Jesús que quien come su carne y bebe su sangre, está en Él y Él en el que le come y le bebe. Y también dice que como Él vive por la revelación del Padre, así el que le coma vivirá por Él. Quien asimila a Jesús está en Él y Él en el que le asimila así de íntimamente hasta ser una sola cosa, como el pan y el vino se hacen una sola cosa con el que come y bebe.

martes, 2 de noviembre de 2010

PARTICIPACIÒN DE VIOLETA ALVAREZ BARRAGÀN

EUCARISTIA


Violeta Elizabeth Alvarez Barragán

Durante mi infancia yo iba a misa con mis papás y hermanos porque así me enseñaron, después ya más grande lo hacía porque me gustaba la explicación de las lecturas y el evangelio, al meditarlo trataba de llevarlo a la práctica, aunque se me complicaba. Y al ser constante en las celebraciones me dí cuenta que me gustaba participar leyendo las lecturas y dar a conocer el mensaje de Jesús a quién no lo conocía.

Cuando me casé, a la Iglesia que íbamos el sacerdote nos invitó a formar parte en un grupo de matrimonios, hacíamos retiros y comentaba que solamente los casados pueden hablar sobre sus experiencias ya que ellos no la tienen.

En el catecismo, veíamos que la misa nos recuerda la muerte y resurrección de Jesús y que es una fiesta que hay que celebrar.

Pero el significado de la Eucaristía va más allá de esto, que Jesús está en todo y en todos y que vivir la vida como Eucaristía significa vivir conscientemente la Unidad que somos, con todo, en Dios.

Para quién lo vive de esta manera es expresar y compartir su misma vida cotidiana. Pues hemos hecho de la Eucaristía un rito que no produce frutos, porque no produce una chispa de Vida, únicamente lo hacemos por obligación.

Se ha convertido en una rutina en donde no hay compromiso ni comunidad. La eucaristía es tomar conciencia de la realidad divina en Jesús y en nosotros y esto nos lleva a vivir como vivió Jesús, aquí se concentra todo el mensaje de Jesús que es el Amor, celebrar la Eucaristía nos invita a ser fermentos de unidad y armonía entre los hermanos.

Jesús nos invita a su mesa y si aceptamos, pasamos a formar parte de su comunidad, el ser cristiano es ser para los demás, si la celebración no cambia mi vida en nada es que la he convertido en un simple rito.

El gesto de comer el pan y beber el vino consagrados es el signo de nuestra aceptación de lo que significa el sacramento.



Comulgar significa el compromiso de hacer nuestro todo lo que ES Jesús. Significa que, como él, soy capaz de entregar mi vida por los demás, no muriendo, sino estando siempre disponible para todo aquel que me pueda necesitar.