Tema 16. El camino de la curación interior
Como el sacramento de la confesión está ligado íntimamente con el tema del pecado, primero tendríamos que dilucidar qué es pecar. Recuerdo las palabras de Jesús en la cruz: “Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen”. Realmente el ser humano, por lo limitado que es, puede hacer daño a sus semejantes, pero lo hace mayormente o por ignorancia o por no haber recibido en su vida el amor necesario para crecer sanamente. Pienso que difícilmente un ser humano puede dañar de manera grave, con consciencia y libre voluntad, a un semejante; cuando se hace es porque hay algo enfermo en esa persona. Se elige el bien, la libertad se ejerce realmente al elegir un bien, no un daño. Daños leves, sí que cometemos, otra vez por nuestra calidad humana que vive entre “la gravedad y la gloria”; lo verdaderamente humano es elevarnos por el entendimiento y la virtud; el camino de humanización, que es para lo que estamos en esta vida, consiste en un proceso de elevación, para irnos divinizando. Como dice Spong: “Hemos separado completamente los conceptos Dios y hombre; pero pensemos que realmente no hay separación, es un continuum inacabable…”
Viendo esto así, realmente no hay culpa, sino “cruz” (como dice Arregi). La carga culpígena es enfermiza, claro que es aprendida por una religiosidad mal entendida; pero sí existe un sentimiento de dolor y pena, al tomar consciencia de que produje algún daño a un ser que es mi semejante, y esto porque existe en el fondo de mi ser algo que llamamos conciencia y que se ha ido conformando a través de la evolución, y que me va alertando de la calidad de mis acciones o de mis pensamientos. Por esta razón, sí creo que en ocasiones es necesario expresar un sentimiento de perdón hacia el otro que es “como yo”. Naturalmente que a mayor entendimiento y sabiduría, los juicios se van acabando y voy avanzando hacia no juzgar al otro y hacia no tomar como personal, lo que yo creo que ha sido una ofensa o un daño para mí. Entramos entonces en un estado de verdadera paz y serenidad. De ahí la regla de oro, que en toda expresión religiosa existe: “Trata al otro como quieras que te traten a ti”.
En nuestro caminar por la vida, conviven dentro de nosotros “el fariseo y el publicano”, que, como dice Martínez Lozano, representan el EGO y nuestro verdadero YO; en este caminar debemos aprender a convivir con ambos, dándonos cuenta de que el Ego es el que me hace verme “mejor, mayor, superior, etc. que el otro”; el Ego nos pierde, nos engaña, da a nuestra realidad personal una cara que no tiene. Nuestro verdadero YO, hace ver con claridad nuestra condición humana que es a la vez “gloria y gravedad”. Debemos aprender a ver nuestra pesantez, nuestra sombra, y a nuestro EGO con mirada compasiva; pero también con claridad y lucidez: sin esconder lo oscuro y lo frágil de nuestro ser. Para esto se requiere un autoanálisis honesto y permanente, y, además una aceptación humilde y sincera de todo lo oscuro, una aceptación franca y amorosa de mi sombra, para encontrar mi verdadero ser. Soy luz y sombra, eso soy y eso somos todos, mientras caminemos en este mundo. Dios lo sabe perfectamente, nos conoce mejor que nosotros mismos, y así nos ama y nos abraza, como hizo el Padre Bueno al hijo pródigo, al regresar de sus correrías: sin juicios, sin reclamos, con amor, fiesta y celebración.
Por todo lo anterior, creo que deberemos repensar el sacramento de la Penitencia y encontrar formas más adecuadas por lo que significa, esto es: la aceptación incondicional de Dios al ser humano, y esto, como un estímulo para elevarnos a la condición de verdaderos Hijos de Dios.
María de Lourdes Acevedo M.
Enero 2011
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