La unción de los enfermos nace de la muy antigua idea de las múltiples bondades del aceite de olivo, y de la fuerza de sanación de Jesús al imponer sus manos sobre los enfermos.
Además, en el medio judío, se vinculaba siempre a la enfermedad con el pecado y la culpa. Por esta razón precisamente, Jesús quiso dejar claro, con su acercamiento a toda clase de enfermos, que el amor de Dios no estaba lejos de ellos, nunca lo está; por el contrario, su Amor por el que sufre, unido a la fe del enfermo, producía una completa sanación de cuerpo y alma.
Por todo lo anterior, Santiago apóstol, en su Carta, recomienda el acompañamiento a los enfermos, la unción con aceite y la imposición de manos, para ayudar al enfermo en su necesidad y como camino de restauración de su armonía espiritual y física. Desde entonces, la iglesia ha tenido entre sus actividades hacia la comunidad, la unción de los enfermos, que luego se convirtió en sacramento.
Hoy, con los tremendos avances de la medicina, y con la consciencia clara de que la enfermedad no es castigo divino, ¿qué sentido tendría seguir administrando la unción de los enfermos, y en qué sentido sería un Sacramento, pregunta Lenaers?
Sin duda el acompañamiento al enfermo, el toque físico con las manos y el cariño y compañía de alguna persona, especialmente si es un familiar cercano, es para el enfermo, y lo debe ser especialmente para el enfermo terminal, un alivio enorme. Realmente no tendría que ser un sacerdote quien administrara la unción, sino cualquiero cristiano que acompañe con cariño y desinterés al enfermo (a) en sus necesidades. Esto, sin duda, representaría una gracia para el enfermo, quien vería reflejado, a través de su acompañante, el Amor de Dios en esos momentos difíciles. Yo misma tengo una experiencia de este tipo cuando pude acompañar a mamá, en el trance de sus dos meses de enfermedad terminal, en los que nunca perdió su sonrisa; cosa que no experimenté cabalmente con papá por la naturaleza de su larga enfermedad, ni con mi flaco, lo cual todavía siento profundamente.
Hoy en día, tendría que replantearse, y de hecho se está haciendo, el derecho del enfermo a morir con dignidad o a bien morir, cuando se sabe que está ya en una enfermedad terminal o cuando se sufren dolores inenarrables. Dios nos dió la libertad para administrarla con sabiduría.
Acompañar a un enfermo en su fase terminal es una labor eminentemente humanitaria; creo que ningún ser humano debería morir sólo, aislado. El calor humano de alguien compasivo, da más seguridad que muchos médicos alrededor de la cama. Por el contrario, ver a un cura llegar inopinadamente en la habitación del enfermo, puede provocar angustia, miedo y sufrimiento.
Debido a esto, creo que el sacramento de la unción de los enfermos, debería replantearse y no realizarse como hasta hoy. Considero que debía ser un verdadero acompañamiento al enfermo terminal; acompañamiento que exige conocimientos de psicología y de tanatología; además de cercanía, cariño, y visitas continuas al enfermo y no una sola visita, en la que el sacerdote, cariacontecido, musita palabras que nadie entiende y sale por la puerta del enfermo sin haber dejado tras de sí una verdadera paz, y amor para el enfermo.
María de Lourdes Acevedo
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