Sacramento de la Unción de los Enfermos
Recordando el capítulo de los sacramentos del libro de Lenaers, que tan ricamente lo enriquecimos y profundizamos con otros teólogos, como Leonardo Boff, Martínez Lozano, y otros, veíamos que cada cosa, cada suceso histórico, y que el mundo entero es el gran sacramento de Dios, en donde lo efímero se transfigura en señal de la presencia permanente, y lo temporal en símbolo de lo eterno.
Pero esto solo es posible quien vive a Dios, Dios se le presenta como un misterio tan absoluto y radical que se anuncia en todo, lo penetra todo y en todo resplandece.
Si cada momento histórico llega a ser un sacramento de Dios, todo acontecer es un sacramento, en el que se empalma lo visible y lo invisible. Un sacramento es el punto de encuentro de Dios y el hombre, y para ello se precisa del agua, el abrazo, el pan, la mesa de familia, el gesto de perdón, la imposición de manos.
Vimos también que la Iglesia había institucionalizado 7 sacramentos, para los momentos más decisivos en la vida del cristiano. El primero con la iniciación y entrada a la Iglesia, pasando por el crecimiento, fortalecimiento y confirmación de su fe, la decisión de vocación en la vida, etc. Y finalmente el momento inevitable con la muerte.
Es el sacramento de la unción de los enfermos, que como dice Lenaers, sigue teniendo sentido en cuanto en los signos rituales, con un Jesucristo preocupado que viene en la forma de su comunidad a visitar al enfermo, le impone las manos y lo unge de óleo.
A pesar de su nombre de unción de los enfermos, la imposición de manos es más importante que el rito de la unción, ya que el tacto de manos llenas de amor, puede llevar al enfermo a tener la experiencia de la entrada salvadora de Jesús. Entiendo como entrada salvadora de Jesús, a la experiencia sanadora de acogida, llena de paz, serenidad, confianza, de amor, de plenitud.
Lenaers declara que no se debe tener reparo en que haya pastores de enfermos sin consagrar, y que es deseable entonces, que la Iglesia local, y en particular la comunidad parroquial sea la que dé el poder para esta representación.
Yo creo que no es necesario que la parroquia dé este poder para realizar este sacramento tan importante, tan bello, de tanto privilegio para cualquiera de nosotros. El sacramento del momento más importante, más crucial, más trascendente en la vida del hombre. Momentos en que la enfermedad llega con sus sufrimientos físicos y psíquicos, la fragilidad humana se presenta en su más dura expresión, y la muerte la vemos como algo inminente y cercano.
Creo que cualquier ser humano que vive a Dios, que se deja penetrar por El, puede realizar este maravilloso sacramento. Solo se necesita transparentar a ese Dios en mí, misericordioso, compasivo, paciente, comprensivo, dulce, apacible y amoroso, que acerca al Dios que no se ve. Dios que se hace presente y actúa en el hombre en el momento más trascendente de su vida.
Gestos de amor, actitud serena, de apoyo, de compañía, abrazos compasivos, mirada dulce, palabras de esperanza, imposición de manos……signos de por si creativos cuyo resultado es proporcional a la fuerza expresiva y a la plenitud interna de dichos signos.
Me encantó el articulo de Patricia May y he reflexionado mucho sobre él, en el que nos habla de que la cercanía de la muerte es una experiencia llena de pensamientos, sentimientos y emociones, ya que el rechazo a la muerte tiene que ver con el miedo a la pérdida de la propia identidad, a entrar en una zona de misterio donde todo lo que fuimos se acaba. Tiene que ver con el fin de recuerdos, roles, relaciones, ideas sobre nosotros mismos y el mundo que llamamos “yo”.
Sin embargo las tradiciones espirituales plantean que si dejáramos todo aquello con lo que nos hemos identificado, nos encontraríamos con nuestra identidad más profunda.
Como Patricia May, yo también digo: ¡Qué maravilla poder morir a todo aquello que nos limita, que nos apresa y que no nos permite expresar la luz y nuestro yo profundo”.!
¡"Que liberador sería transitar por las etapas de la vida nutriéndonos de la riqueza y experiencia que nos dejan sin quedarnos apegadas a ellas”!
“Aprender a morir el pequeño yo egocéntrico, neurótico, dependiente o manipulador, sería entonces una bendición y de eso se trata en el proceso espiritual de morir para renacer a nuestra identidad esencial.”
“Y así, desde este punto de vista, nuestro drama no es la muerte, sino el no poder morir a aquello que nos condiciona y nos aprisiona para renacer a la luz que hemos ocultado tanto tiempo”
Leonardo Boff, en su artículo “Vida más allá de la vida”, nos dice cómo para el ser humano, la muerte constituye siempre un drama y una angustia. Cómo todo en su ser clama por una vida sin fin, pero no por eso puede detener los mecanismos de la muerte que se aproxima inevitablemente. La vida va gastando su capital energético hasta morir, pues todo lo creado está sometido a la segunda ley de la termodinámica, la entropía.
Sin embargo, Boff, retoma el grito de San Pablo: ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?, y respondía: Gracias a Dios, a Jesucristo Nuestro Señor. Esta frase testimonia el hecho mayor de que alguien nos libró de la muerte. En alguien la vida se mostró más fuerte que la muerte e inauguró una sintropía superior.
Es el significado principal de la resurrección, como una revolución dentro de la evolución, como un saltar a un tipo de orden vital no sometido ya a la entropía.
Podemos afirmar que la vida mortal se transfigura. En el proceso evolutivo, la vida alcanzó tal densidad de realización que la muerte ya no consigue penetrar en ella.
Finalmente la angustia existencial desaparecerá y nuestro corazón se sosegará. La alternativa no es vida o muerte, sino vida o resurrección.
Así mismo, Leonardo Boff nos invita a la autorrealización a través de dos actitudes fundamentales, que debemos enfrentar y vivir permanentemente.
1) La aceptación de los propios límites.
Sabemos que entre el deseo y sus realizaciones siempre hay un desfase. Ante la impotencia de afrontar hechos que no podemos cambiar, solo existe la aceptación, o como Boff dice, aprender a ser creativamente resignados, y en vez de crecer hacia fuera, podemos crecer hacia adentro; en la medida que creamos un centro donde todas las cosas se unifican y descubrimos cómo de todo podemos aprender. Al modificarnos en nuestro centro, nacerá en nosotros una fuente de luz que se irradiará a los demás.
2) La capacidad de desapegarse.
Ésta nos llevará a la madurez personal y a la libertad interior. El desapego nos lleva a irnos despidiendo de nosotros mismos, de las cosas y personas que nos rodean hasta despedirnos de la propia vida, y en este proceso vamos dejando atrás un poco de nosotros mismos.
El sentido de este lento despedirse, nos dice Boff, guarda un sentido existencial, ya que si somos un proyecto infinito y un vacío abismal que clama por plenitud, ese desapegarse significa crear las condiciones para que algo Mayor venga a llenarnos, ¿No será que el Ser Supremo, hecho de amor y bondad nos va quitando todo para que podamos ganar todo, más allá de la vida, cuando finalmente descansará nuestra búsqueda?
Al perder, ganamos y al vaciarnos nos llenamos. Al desapegarnos de todo, de nuestros deseos, nuestro yo egoico, de nuestro identidad mortal que creemos ser, nos encontraremos con nuestro verdadero yo.
Después de todas estas reflexiones de lo que significa la muerte para el ser humano y para mí, yo quisiera prepararme, a través de estudios de tanatología y espiritualidad, en la pastoral del enfermo, en pastoral del moribundo, ser un pastor no consagrado y hacer de estos momentos un verdadero sacramento. Acompañar amorosamente en este paso definitivo, hacer presente a Dios, nosotros, como comunidad, a través de signos visibles, y ayudar a que el miedo, temores y angustia, se transformen en momentos de verdadera confianza en un Dios amoroso, llenos de serenidad y luz. Deseo ser un testigo fiel de este proceso en vida de aceptación de mi limitación humana y de una vivencia profunda de desapego, y vivir a Dios en cada momento de mi vida.
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