Reflexión acerca del Sacramento del matrimonio
Mi propia experiencia
Fue mi matrimonio un camino compartido, con metas y objetivos comunes; caminamos juntos por casi 30 años, Adán y yo. Muchas veces tropezamos, pero siempre nos levantamos. Fue un camino de aprendizaje y de respeto mutuo; camino de constante crecimiento para ambos; camino siempre de esperanza.
Recorrido no siempre fácil, por las naturales deficiencias humanas y por la inmadurez y egoísmos propios de las personas jóvenes, y no tan jóvenes, en proceso de crecimiento. Fuimos aprendiendo a conocernos, a valorarnos, a aceptarnos y aprendimos también a perdonarnos. Fuimos creciendo en una verdadera unión existencial: un yo y un tú, que juntos fuimos construyendo nuestro “nosotros”, tan único, tan nuestro.
A pesar de que Adán se reconoció siempre agnóstico, y de que yo siempre fui fiel a mi fe cristiana; pudimos entendernos y respetarnos el uno al otro, y más que un elemento de desunión, nos enriquecimos con nuestras ideas y puntos de vista diferentes.
Nuestro matrimonio fue una vida buena, llena de bendiciones: las dos más grandes, nuestros hermosos hijos Víctor Gabriel y David Alejandro, quienes siempre nos dieron satisfacciones (y me siguen dando) y que junto conmigo aprendimos de Adán su sencillez, su laboriosidad infatigable y creadora, y su autenticidad. El mismo Adán me decía: “Gorda, nunca pensé que la vida me diera tanto”. Su vida fue, como la describió mi cuñado Rafa en su funeral: “Salió del pueblo como un aguilucho y regresó convertido en águila real”. Así fue, y ese aguilucho y esa águila real, me enseñaron a volar.
Fue nuestro caminar, en fin, la suma de centenares de instantes vividos juntamente y guardados en nuestra memoria, porque habían ido construyendo nuestra unión. Al elegirme para compartir su vida, Adán hizo brotar de mí, lo mejor de mí misma poco a poco. La verdad de una vida, sólo se va revelando con el paso del tiempo; así mismo, la verdad del camino de nuestro matrimonio, se fue revelando progresivamente y se me reveló especialmente cuando la vida del “flaco” se apagó inesperada e injustamente, hace casi ocho años; como dice López Azpitarte en su artículo: “…en el momento de la viudez, es cuando el cariño alcanza su cumbre más alta. Sólo queda la presencia de un recuerdo que lo llena todo, en medio de la soledad”.
María de Lourdes Acevedo
Agosto de 2010
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