jueves, 18 de noviembre de 2010

APORTACIÓN DE LOURDES ADÁN AL CAPÍTULO 15 SOBRE EUCARISTÍA

Mis comentarios al capítulo XV

La eucaristía es el único sacramento que acompaña al creyente a lo largo de su vida, dice Lenaers, y si hemos entendido bien lo que son los sacramentos, habremos de comprender que nos hay magia en ellos y que Dios está en todo siempre, pues todo nos lo transparenta, nos habla de Él, y nos lo comunica, no nada más los siete sacramentos de la Iglesia.

Sin embargo, sí hay que enfatizar la importancia y el simbolismo de este sacramento “fuente y cima de la vida cristiana” como lo describe el Concilio Vaticano II. Para entender a fondo su riqueza, debemos voltear a Jesús, nuestro Maestro, releer los Evangelios y encontrar en toda la vida de Jesús, sus palabras y sus obras, la esencia del significado de esta comida o cena que Jesús compartió con sus discípulos antes de morir y que nos habla, nada menos, que del programa de una vida cristiana vivida a tope.

Entender la Eucaristía como la mesa donde nos partimos, repartimos y compartimos lo que somos y tenemos – posesiones, talentos, alegrías, tristezas, esperanza, - es realmente hacer de ella un sacramento de Vida, un signo de fraternidad y solidaridad, sin distinciones; un signo vivo en la construcción del Reino de Dios. Este es el programa de vida al que somos invitados al recordar la Última Cena de Jesús.

La Eucaristía debe ser un memorial, donde recordemos a Jesús y lo hagamos presente y eficaz en los que en esta memoria comparten sus vidas y desean seguir los pasos del Maestro en su compasión, libertad, valentía y autenticidad.

Quiso Jesús que esa Cena fuera un parteaguas en la vida del hombre; con sus palabras: “Este es el caliz de la Nueva Alianza, sellado con mi sangre”, él sabía muy bien que lo viejo había pasado, que Él traía algo nuevo, no la religiosidad que observaba: opresiva, selectiva, limitante, de temor hacia un Dios antropomorfo, justiciero, parcial y manipulable; la Alianza que Dios había sellado con los hombres no era sino la Vida de Dios dentro de cada ser humano de manera gratuita y eficaz. Antes de morir, deseo mostrarnos Jesús la Verdad acerca del Padre, de la Vida y del Hombre.

Esa Cena es un nuevo signo, una concepción nueva de la humanidad, en hermandad y compasión; un nuevo estilo de vivir y compartir; un nuevo rostro de Dios: un Dios que sólo sabe amar, que es gratuidad absoluta, que mora dentro nuestro, y que es nuestra verdadera fuerza y nuestra esperanza sin límite.

Jesús se vé a sí mismo en el pan y en el vino, símbolos de lo más necesario para el ser humano: la vida y el amor. Un pan y algo de vino, donde se condensan el universo entero, el amor creador del Padre y la creatividad y el trabajo del ser humano; que no sólo satisface sus necesidades como una bestia, sino que hace una obra de arte de esa materia prima que la Vida le ofrece, y esta belleza le invita a abrir su corazón a lo más noble: compartir las alegrías y las tristezas con sus semejantes.
Jesús sólo estará presente en los signos del pan y el vino en tanto haya gente que lo reconoce en ellos y que entreguen su vida en servicio del hombre y de la utopía del Reino, como Él lo hizo.

María de Lourdes Acevedo.

Noviembre 2010

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