miércoles, 3 de noviembre de 2010

APORTACIÒN DE ANA LAURA JIMÈNEZ AL CAPÌTULO XV

Quiero agradecer a Violeta la profunda y bella reflexión sobre el capítulo 15. Al hablar del significado de la Eucaristía nos dice que este va más allá de todo lo que tradicionalmente nos enseñaban, que Jesús está en todo y en todos y que vivir la vida como Eucaristía significa vivir conscientemente la Unidad que somos, con todo, en Dios. La eucaristía nos dice Violeta, es tomar conciencia de la realidad divina en Jesús y en nosotros y esto nos lleva a vivir como vivió Jesús, aquí se concentra todo el mensaje de Jesús que es el Amor, celebrar la Eucaristía nos invita a ser fermentos de unidad y armonía entre los hermanos. Continúa Violeta su reflexión diciendo: “Jesús nos invita a su mesa y si aceptamos, pasamos a formar parte de su comunidad, el ser cristiano es ser para los demás, si la celebración no cambia mi vida en nada es que la he convertido en un simple rito. El gesto de comer el pan y beber el vino consagrados es el signo de nuestra aceptación de lo que significa el sacramento.

Termina Violeta diciéndonos que comulgar significa el compromiso de hacer nuestro todo lo que ES Jesús. Significa que, como él, soy capaz de entregar mi vida por los demás, no muriendo, sino estando siempre disponible para todo aquel que me pueda necesitar.

Desde esta perspectiva transpersonal, que implica un nivel de conciencia Unitaria, como nos dice Violeta, hoy podemos entender mucho mejor el mensaje que Jesùs nos revela en el Evangelio de Juan, Capìtulo 6, versìculos del 25 al 59:

Jesús es el verdadero pan del cielo que sacia para siempre. El pan del cielo expresa metafóricamente el amor del Padre encarnado en Jesús, quien por amor comunica su propia vida. Por consiguiente, las señales de Jesús explicitan lo que él mismo es. El presente pasaje guarda no pocos paralelismos con el de la samaritana que halló Jesús junto al pozo de Jacob. Si allí afirmó Jesús ser el agua de vida, ahora dice ser el pan de vida que sacia el hambre para siempre.

Jesús agua y Jesús pan constituyen dos bellas metáforas para apuntar a la acción del espíritu, dos metáforas que poseen toda la fuerza de la sencillez: Jesús agua y Jesús pan de vida es como decir que él es dador y multiplicador de vida. El pan que ofrece Jesús, pan bajado del cielo, no es como el pan que comieron los ancestros de los judíos y después murieron. El que comieron los padres de los judíos era el maná, la religión. Quien coma el pan que da Jesús, la plena revelación del Padre, en el completo vaciamiento de sí mismo, que está más allá de toda religión, no morirá porque comprenderá que no hay más nacer ni morir.

Esa potente metáfora expresa lo esencial del papel del Maestro: despertar al Maestro interior (Espíritu Santo), que equivale a interiorizar al Maestro y a vivir su misma vida en una unidad indisoluble.

Afirma Jesús: “Yo soy el pan de vida”. Lo que caracteriza al mensaje cristiano es que la revelación adopta en él una forma humana, en la figura del maestro judío de Nazaret, mientras que en otras tradiciones, el islam pongamos por caso, aparece como un libro, el Corán. Ello quiere decir que Jesús, que es pan de vida que, como tal alimento espiritual, requiere ser ingerido, esto es, asimilado hasta sus últimas consecuencias.

Conocer es ser y ser es encarnar. Estar con Jesús es hacer de su figura emblemática el alimento que nutre nuestra sangre y otorga vida al corazón. Porque no es una doctrina que uno deba aceptar lo que Jesús trae, ni una nueva dogmática en el que creer, ni una ley que cumplir. “Comer su carne, metáfora de una gran fuerza expresiva, sugeridora como pocas, implica hacerse como él, permitirle que nos habite, lo cual significa una aproximación al maestro con la totalidad de nuestro ser y no meramente volitiva ni sólo intelectual. En los pasajes que ahora nos ocupan, contrapone Jesús, constantemente, el
maná que los judíos comieron tiempo atrás en el desierto y el pan de vida bajado del cielo que él es. Ambos términos conciernen al campo semántico del alimento.

Andando el tiempo, el PAN , junto al vino, desempeñará un papel central en la liturgia cristiana de la eucaristía, que aquí aparece ya apuntada en sus rasgos más sobresalientes, aunque sólo simbólicamente, y que más tarde se interpretará teológicamente mediante la transubstancialización, según la cual el pan y el vino se transformarán en el cuerpo y sangre, respectivamente, de Jesús.Del maná, dice el maestro de Nazaret, que los antepasados lo comieron y murieron, mientras que el pan de vida que él ofrece otorgará la vida eterna. Tal vez quiera referirse el maestro de Nazaret con el uso de dichos términos contrapuestos a la distancia existente entre la religión del maná, entendida como ley y creencia, y todo el cùmulo de restricciones moralizantes que conlleva, y la espiritualidad del pan de vida que no es sino su enseñanza de amor extintivo e incondicionado, libre de todo sometimiento formal.

El maná representa la letra, que mata, mientras que el pan de vida es el espíritu que vivifica. No nos cansaremos de reiterar, una vez más, que religiosidad no es necesariamente sinónimo de espiritualidad, ni mucho menos.

“Comer el cuerpo de Jesùs” es una forma de hablar de la ACTITUD DE ASIMILAR a Jesús hasta hacerlo nuestro propio ser. Comiéndole y bebiéndole a El, pan del cielo, comemos y bebemos su revelación, hasta que se haga nuestra propia carne y sangre. La imagen de la comida y la bebida, la utiliza Jesús para expresar que lo que Él es como Maestro, como Manifestación total del Padre, como uno con el Padre, como presencia plena del Padre en su ser, nosotros debemos serlo también, asimilándolo a Él hasta el punto de que sea nuestra propia vida.

Comer pan y beber vino en su memoria es un símbolo explícito de esa actitud y también de su invitación y su promesa.

La Iglesia interpretó, e interpreta, estas palabras desde la epistemología mítica; es decir, que si Jesús dice que el pan es su carne y el vino su sangre es que es de esta forma. Más tarde, por el influjo de la filosofía helenista, aparecieron las interpretaciones conceptuales, teológicas. La teología interpretará, permaneciendo en la epistemología mítica, que por las palabras de Jesús y de sus apóstoles y sucesores se produce una transubstancialización, es decir, un cambio de substancia: la substancia del pan y el vino se transforman en la carne y sangre de Jesús, permaneciendo los accidentes propios del pan y del vino. Esta transubstancialización, evidentemente, no se ve, sino que se tiene que creer. El evangelista, por su parte, realiza una interpretación de acuerdo con la epistemología mítica, aunque no la conceptualice.

Desde nuestra situación cultural, podemos ver que Jesús no está llamando a ninguna creencia ni a ningún dogma de transubstancialización, sino a una actitud con respecto a Él. La primitiva Iglesia del grupo de Juan, desde la que éste escribe, está haciendo referencia al ritual cristiano de la cena del Señor, a la muerte del Jesús y a su vaciamiento completo. Al hacerlo está suponiendo, como hemos dicho, la epistemología mítica y por tanto la creencia, pero también está haciendo clara referencia a la actitud que pide Jesús. Con el paso del tiempo, prevalecerá el rito y las creencias que éste supone, sobre el sentido hondo de las palabras de Jesús, aunque no llegue a ahogarlo nunca.

Los que interioricen la actitud de Jesús, (lo coman y lo beban), hasta hacerla carne propia, se sitúan más allá del poder de la muerte. También hay que comer y beber su sacrificio supremo, el vaciamiento radical. Quien asume, como Él, la muerte, ese vaciamiento radical de sí mismo, está más allá de la
muerte.

Dice Jesús que quien come su carne y bebe su sangre, está en Él y Él en el que le come y le bebe. Y también dice que como Él vive por la revelación del Padre, así el que le coma vivirá por Él. Quien asimila a Jesús está en Él y Él en el que le asimila así de íntimamente hasta ser una sola cosa, como el pan y el vino se hacen una sola cosa con el que come y bebe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario