Comentarios al sacramento del orden sacerdotal.
Por lo que he leído acerca del sacramento del orden sacerdotal, tanto en el libro de Lenaers como en varios artículos recientes que, con motivo de la crisis por la que atraviesa la Iglesia, han sido escritos por excelentes teólogos para reflexionar en la necesidad de cambios profundos dentro de la Iglesia y, en especial en lo que se refiere al sacerdocio ministerial, creo que hay mucho qué decir y qué hacer.
Hay que empezar por decir que en las primeras comunidades cristianas, no existía el sacramento del Orden y, en ninguna parte del Nuevo Testamento se llama “sacerdote” (hiereus) al presidente de la comunidad es decir, a la persona encargada del propiciar la vida comunitaria, el servicio a viudas, huérfanos y pobres y las Cenas del Señor, y no era considerado maestro, sino servidor de la comunidad; esto es muy importante entenderlo.
Poco a poco este hermoso ministerio, fue alejándose de su espíritu originario, especialmente en el siglo V, en que el cristianismo fue nombrada religión oficial del Imperio Romano y que heredó, no sólo los templos paganos para sus celebraciones, sino el fasto y el culto basado en los sacrificios, como lo era en Israel y los pueblos paganos. Sacerdote y sacrificio era un binomio inseparable en esas culturas. Se fue olvidando el ministerio de servicio hacia la comunidad y la Cena del Señor y pasó a ser el sacrificio eucarístico presidido por el sacerdote con vestimentas y estatus especiales.
Jesús no fue sacerdote, fue un laico y su mensaje central se basa en compartir una vida fraterna y comunitaria, donde nadie fuera excluído y todos se sintieran acogidos y respetados; eso para Jesús era construir el Reino de su Padre. y quiso ser parte,Él mismo de una pequeña primera comunidad de vida.
Pero esto se fue desvirtuando como ya dije y nació el ministerio sacerdotal por el que un hombre es ascendido del grupo de laicos a un estatuto eclesiástico y sociológico más elevado, separándolo definitivamente del servicio a las viudas a los pobres y de la fiesta compartida de la Cena del Señor Jesús.
Estoy convencida de que estamos viviendo días de una gran crisis para la Iglesia por todo lo que ya sabemos y hemos escuchado últimamente, con tristeza, dolor, pero a veces también, con coraje. Pero siento en mi corazón que existe la gran oportunidad, si participamos todos, de volver a las fuentes, de volver la mirada al Jesús de Galilea, a aquél hombre compasivo e iluminado que nos reveló el verdadero rostro de Dios, su Padre y nuestro Padre, y el verdadero rostro del ser humano: hijo amado del Padre.
Creo que las propuestas para una renovación de nuestra Iglesia, nos competen a todos; sin embargo, puedo avanzar, en mi opinión, ciertas líneas directrices en las que deberíamos reflexionar profundamente y buscar caminos concretos para realizar un aggiornamento radical, que hoy reclama no sólo el Pueblo de Dios, pero el mundo entero.
· Empezar por construir una Iglesia más democrática y más participativa, donde todas las voces se hicieran oir con respeto.
· Convocar a un 3er. Concilio Vaticano III, donde el apartado anterior se hiciera realidad.
· Repensar el sacerdocio ministerial a fondo, empezando por el voto de celibato obligatorio, y ver la manera de que vuelvan a ser animadores de pequeñas comunidades y presidentes de la Fiesta del Señor. Hoy, los sacerdotes han pasado de ser de servidores, a ser, la mayoría de ellos, administradores de Parroquias y Sacramentos.
· Urge una reforma teológica y catequética que sea luz para las personas y no camisa de fuerza para inteligencias y vidas particulares.
· Una reforma espiritual, para promover la mística, o la vida en el Espíritu, a la cual todos estamos invitados, por esa cualidad humana fundamental profunda que nos hace ser espíritus encarnados.
· Acabar con la Papalatría y la obediencia ciega al clero, que nos ha llevado a verlos en un nivel que no tienen y que nos ha llevado hoy a la crisis que estamos viviendo.
Creo que estos son algunos lineamientos que considero urgentes e indispensables para afrontar la crisis que estamos viviendo hoy en día. Habrá muchos más seguramente, y entre todos, habremos de irlos descubriendo y trabajando. Creo que deberemos unirnos en oración, para escuchar y seguir la voz del Espíritu, que siempre sopla donde quiere y como quiere.
María de Lourdes Acevedo
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