CAPÍTULO 14 – EL BAUTISMO
Los seres humanos somos parte de algo más grande que nosotros mismos.
El holograma sería una metáfora física de esta realidad en la que cada ser humano es un todo complejo con realidad físico-espiritual, y a la vez conforma con todo su ser esta realidad mayor físico espiritual que es la humanidad, entendiéndola a ésta, una vez más en palabras de Lenaers, como una forma en que Dios se expresa a sí mismo.
En este sentido, el nacimiento de un bebé, un nuevo miembro en una familia, un nuevo miembro de una comunidad, un nuevo ser humano, es una inédita, creadora y única expresión de Dios que una vez más se hace maravillosamente visible en este ser pequeñito, que es parte de algo más grande que sí mismo, es parte de todos nosotros, es una manifestación más “espacio-temporal-espiritual” de la inmensa grandeza Divina.
Como seres humanos, somos seres esencialmente relacionales, interdependientes e históricos, es decir no somos individuos aislados que existimos y manifestamos nuestro ser de manera encerrada e independiente, somos siempre “en relación con”, somos parte del grandioso tejido del cosmos, en permanente relación y unión con los otros, con toda la creación.
Así es que, cuando un nuevo ser humano llega con todo su “Ser” a formar parte de nuestra familia, comunidad y género humano, llega para ser parte de nosotros mismos. Con su existencia, nutre nuestra existencia. No se pertenece a sí mismo, no es en sí mismo, “es” con todos nosotros.
Por esto, la existencia de una celebración para el sacramento del Bautismo –re-significandolo- cuando nace un bebé, a mí sí me hace mucho sentido. Me hace sentido sobre todo desde una perspectiva teónoma, porque la fuerza creadora de este sacramento es, o debiera ser, el símbolo del reconocimiento fascinante, en la comunidad que recibe a este nuevo ser y se hace cargo de él, de que la materia se ha transformado una vez más, con la fuerza creadora Divina y la co-participación del hombre y mujer que le han dado vida, para devenir en un ser que comparte la expresión humana de Dios. El sacramento del Bautismo debe tener también un fuerte sentido como ritual en el que los miembros de la familia, de la comunidad, del género humano, nos sentimos transformados y enriquecidos por este nuevo ser que viene a “ser con todos nosotros”. Así, todos los participes de esta ceremonia deberíamos también recibir el Agua, como este símbolo de disposición a la transformación nutriente, y amorosa que nos posibilita la llegada de este nuevo ser a nuestras vidas.
Al mismo tiempo esta celebración como sacramento debe contener significado dirigido hacia la personita misma que llega al mundo, debe ser también un poderoso símbolo que manifiesta que se reconoce en él su substancia humana espiritual y se le acoge, no como un ser aislado, sino como un ser al que, siendo parte del entramado humano, se le hereda amorosamente la sabiduría y acompañamiento de su familia y comunidad en el conocimiento del mensaje de Jesús como el camino para su crecimiento personal, expansión de su conciencia y comprensión profunda de su realidad humana en vínculo con lo Divino. El Agua una vez más funcionaría como símbolo de esta sabiduría comunitaria que le es heredada a este nuevo ser y que se derramará en él, en el camino de su vida, por sus padres, padrinos y comunidad, para que haga crecer, como árbol frutal a partir de ella, su propia sabiduría.
Por esto, el Bautismo es para mí un Sacramento con alto significado al inicio de la vida y por esto también el Agua es para mí, un signo con gran fuerza expresiva.
El Agua, al ser un elemento natural sin vida propia pero directamente vinculado a la vida, lo podemos significar o utilizar como metáfora de ese misterioso y maravilloso momento en el que, en el camino de la evolución, a partir de la materia, se genera la vida. El Agua es el elemento natural “sin vida” más ligado a la vida, tan es así que la existencia de agua en otros planetas es considerada como una fuerte señal de posibilidad de vida. Es el único alimento sin vida propia que nutre la vida. Podríamos decir que el agua es un elemento transicional entre la materia inerte y la vida.
Es por esto que el Agua debe funcionar como un elemento con gran fuerza simbólica en el Bautismo, y éste debe ser a su vez un Sacramento vigoroso de inicio de vida, con tres significados esenciales que se entrelazan y deben ser celebrados con gran alegría, y que en síntesis serían:
En primera instancia, para expresar el paso hacia la vida humana, es decir, debe ser un sacramento que recurriendo al agua como elemento simbólico que se vierte sobre este nuevo ser humano que llega, expresa nuestro reconocimiento y nuestro júbilo, porque en este pequeñito, una vez más, se ha transformado el ”SER”, para vivir la experiencia humana de Dios.
Derramar el agua sobre el pequeño, tendría también un segundo simbolismo fuerte como señal de que este nuevo ser humano, será nutrido por la experiencia y sabiduría (simbolizadas por el agua) de la comunidad que lo recibe (padres, padrinos, amigos….) y se hace responsable de vivir con él el camino de Jesús, pero que finalmente esta sabiduría heredada no tiene vida propia , sino que será él en su interior quien habrá de aprovechar e integrar esta agua (sabiduría) a su ser como nutriente para ser transformado en vida y crecimiento, dando en él fruto que pueda nutrir y contribuir con el crecimiento de otros.
Y finalmente el Agua adquiere fuerza con un tercer significado en este sacramento del Bautismo , como símbolo para ser derramado sobre todos los participantes de la ceremonia, en señal de que nos vigorizamos con este nuevo ser que enriquece nuestra existencia, que reconocemos y aceptamos el poder transformador y de crecimiento que nos brinda su ser en nuestras vidas, y nos comprometemos a desarrollarnos y expandir nuestra conciencia a partir de la sabiduría que surja de nuestra relación con él.
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