domingo, 21 de febrero de 2010

APORTACIÒN DE ANA LAURA JIMÉNEZ CODINACH

Dice Leaners que los sacramentos se constituyeron como reacción contra la Reforma, y es que la Iglesia Reformada consideraba que la prueba de identidad era la aceptación de la Palabra de Dios contenida en las Escrituras y la Iglesia Romana consideró que la prueba de identidad y de pertenencia visible a ella eran los sacramentos. Sin embargo, el fundamento de la fe cristiana no son los sacramentos sino la „Palabra de Dios. Más bien, los sacramentos adquieren su dignidad precisamente a partir de la Palabra de Dios. Ningún sacramento se efectúa sin la Palabra. Los sacramentos se distinguen del anuncio del mensaje cristiano, que se debe hacer a todos, particularmente por una cosa: ellos se administran sólo dentro de la comunidad de los que ya creen, ya que son los signos de la Palabra de Dios ya acogida.

Por otra parte, l os sacramentos son determinadas acciones simbólicas que recalcan, subrayan, destacan y anuncian una vez más una realidad que existe desde toda la eternidad, es decir, una REALIDAD QUE EXISTE INDEPENDIENTEMENTE DE QUE EXISTAN LOS SACRAMENTOS. Los sacramentos como símbolos, anuncian la realidad pero no la sustituyen. Para comprender los sacramentos hay una observación muy importante: los sacramentos quieren destacar, anunciar, hacer presente a nuestra conciencia, una gracia, un regalo, que no se origina en ellos, que no depende de nuestras acciones, esa gracia o regalo es el AMOR INCONDICIONAL QUE DIOS NOS TIENE Y QUE ES EL FONDO QUE SOSTIENE TODA LA REALIDAD, ES LA VIDA DIVINA QUE NOS HA COMUNICADO GRATUITAMENTE A TODO HOMBRE Y QUE POR LO TANTO NO TENEMOS QUE HACER NADA PARA GANARLA NI TAMPOCO PODEMOS HACER NADA PARA PERDERLA. Este regalo no se nos da por tanto por los sacramentos, y obviamente no tiene que ver la exactitud de los ritos, no nos hacemos Hijos de Dios por el Bautismo, no estamos más cerca de Dios al comulgar, no somos templos del Espíritu Santo por la Confirmación, etc., pero lo que sí hace el símbolo, como cualquier otro símbolo, y como muchos otros símbolos, es decir, lo que sí hace el sacramento, es que al hacernos presente a la conciencia esa realidad inefable e inconcebible, estimula o más bien yo estimulo mi creatividad interna a fin de que mi amor y compromiso apasionado con ese Dios que es el sostén de mi realidad, suba desde mi interior y se haga visible, transfigurando así mi vida y enriqueciéndola. Por lo tanto sí estoy de acuerdo con Lenaers en el sentido de que la perspectiva teonómica de los sacramentos se centra en que su eficacia es el resultado de la creatividad interna de los signos por lo que podemos decir que los sacramentos realizan algo, son creadores. El sacramento permite o más bien facilita así el ENCUENTRO CONCIENTE de la persona al hacerse presente a la conciencia el gran regalo, el que somos habitados y llevamos dentro la vida divina, y por lo tanto nos facilita el poder experimentar cómo es de real e insobrepasable la unión con Dios y con su Hijo Jesucristo durante todo el día y todos los días.

Si no tuviéramos los sacramentos, correríamos el peligro de no comprender en su completa realidad la unión que existe siempre con Dios. Muchos creen que lo específico de los sacramentos es que la gracia es más abundante y real en ellos que en la mera existencia del hombre. Sin embargo, los sacramentos no nos dan la gracia ni la aumentan, pero sì nos ayudan a concientizarnos de esa realidad que es difícil que nuestra conciencia la capte; la realidad insobrepasable en la que Dios mismo se nos da totalmente. Los sacramentos quieren “destacar” una vez más esa realidad y así remiten más allá de sí mismos, sólo así se comprenden los sacramentos en su verdadera dignidad:

Tal vez podríamos comparar los sacramentos con la celebración de la fiesta que los padres
preparan para el cumpleaños de sus hijos. Los regalos y los detalles no significan que los padres
aman al niño más en el día de su cumpleaños que durante el resto del año. Más bien, lo que se
quiere expresar es cómo los padres aman siempre a su hijo. Pero sería necio decir que entonces
se puede renunciar a celebrar el día del cumpleaños. Algo parecido pasa con los sacramentos: ponen de manifiesto cuán íntima es nuestra unión con nuestro Padre y con su Hijo Jesús, no sólo en ese instante sino siempre y a cada momento.

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