jueves, 18 de febrero de 2010

APORTACIÓN DE LOURDES ADÁN

Comentarios al capítulo XIII de Roger Lenaers

El mundo de los signos

Con una gran ironía Lenaers nos quiere hacer ver, y creo que ya muchos de nosotros lo habíamos visto también, que la concepción de la jerarquía y, en general del pueblo cristiano acerca de los sacramentos de la fe, es una visión más mágica que otra cosa. La vida del cristiano y el trabajo de la jerarquía, se reducen tristemente, para unos, sólo a recibir los sacramentos y para otros, a ser administradores de ellos. Desgraciadamente, en la praxis, ir a la Iglesia o asistir a Misa viene a ser el concepto pobre y estrecho con el que mucha gente identifica su ser cristiano. El ritualismo sin sentido, no compromete a nadie existencialmente.

Concuerdo con Lenaers en que la formación católica tradicional ha tendido a sobrevalorar los sacramentos, y ponerlos por encima de la vida de oración personal y el compromiso por los demás. Es mucho más fácil ser un miembro de la comunidad de culto católica porque participo en sus sacramentos, que ser un verdadero discípulo de Jesús en términos existenciales; es mucho más sencillo recibir un sacramento que me dará de modo invisible una gracia “extra” de Dios, que comprometerme con la construcción de su Reino, con la construcción de un mundo mejor.

En el pensamiento heterónomo, nos dice Lenaers y yo estoy de acuerdo con él, se piensa que la acción y las palabras dichas por un sacerdote en cualquier sacramento, pareciera que tienen el poder, casi mágico, de abrir el cielo para que venga sobre aquél que recibe el sacramento, un río de gracia divina que lo transformará. Con mucha ironía, expresa Lenaers absolutamente convencido: “Se trata de una pequeña inversión de tiempo y esfuerzo que promete un dividendo mil veces superior”

No sólo los siete sacramentos nos ponen en contacto con Dios, “El cristianismo se comprende a sí mismo, dice Boff en su libro Los sacramentos de la vida en primer lugar no como sistema arquitectónico de verdades salvíficas sino como la comunicación de la Vida divina dentro del mundo”. “El mundo, las cosas y los hombres son penetrados por la savia generosa de Dios”. Por esta razón toda la creación es portadora de Dios; por eso todo puede ser sacramental para aquella persona que sabe leer el mensaje de Dios inscrito dentro de su creación. Todo nos revela a Dios y por ello, hay muchos otros medios o caminos, como dice Lenaers, de encontrarnos con el amor gratuito e inabarcable de Dios. El encuentro divino no se limita, por tanto, a los siete sacramentos instaurados por la Iglesia. ¿Pero... qué sería de la Jerarquía, digo yo, si nos diéramos cuenta de ello y todo, absolutamente todo, fuera para nosotros realmente un encuentro vivo y amoroso con nuestro Padre Dios?
Y, lo más importante, como dicen Lenaers y Boff, un signo es creativo tanto humana como divinamente, en la medida claro, de su veracidad; es decir de la autenticidad con que la persona exprese su amor, dependerá el crecimiento, el ensanchamiento de ese amor. Más allá de palabras concretas, más allá de ritos precisos, casi mágicos, la entrega del hombre a Dios en confianza y en verdad crea, aumenta y enriquece, cada vez que se realiza, un encuentro de amor, una verdadera comunión entre la persona y Dios.

Y cómo no creer esto, si lo experimentamos; como no sentir que tras el abrazo sincero otorgado a una amiga, esa amistad crece ahí mismo; el cariño aumenta, la confianza se expande, la cercanía es mayor. Los besos amorosos y los cantos que procuro a mi Santiago hacen que él y yo nos acerquemos cada día más profundamente, sus ojitos me penetran y él me transparenta el amor y la presencia de Dios y su generosidad innabarcable.

Somos capaces de crear signos, somos capaces de dar significado a las pequeñas cosas. De ahí las flores, las sonrisas, los poemas, los chocolates y los anillos de compromiso. Expresamos nuestro interior amoroso con signos concretos que realizan por sí mismos, cuando son verdaderos, una transformación interior y un crecimiento del espíritu.

Pienso que debemos crear signos y símbolos nuevos para nuestra vida de fe; signos, que nos hablen hoy, de ese amor inagotable e incondicional de Dios para experimentar ese cambio interior, ese crecimiento humano, que nos irá haciendo día a día más divinos.


María de Lourdes Acevedo Muñoz

Febrero de 2010

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